domingo, 27 de enero de 2013

PARA LOS PADRES -Dr. Edward Bach


Como la falta de individualidad (es decir, el permitir la interferencia en la propia personalidad, una interferencia tal que impide que se cumpla con las órdenes del Ser Superior) es de tanta importancia en la producción de la enfermedad, y como a menudo empieza temprano en la vida, consideraremos la verdadera relación que hay entre el padre y el hijo, el maestro y el alumno.
Fundamentalmente el oficio de padre debe ser el medio privilegiado (y, en realidad, deberá considerárselo divinamente privilegiado) de capacitar a un alma para entrar en contacto con este mundo a los fines de la evolución. Entendido correctamente, probablemente no se le ofrezca al ser humano una mejor oportunidad que la de ser el agente del nacimiento físico de un alma y tener a su cuidado la jóven personalidead durante los primeros pocos años de su existencia sobre la tierra. La actitud de los padres debería consistir en darle al pequeño recién llegado toda la guía física, mental y espiritual para que desarrolle el máximo de su capacidad, recordando siempre que el chiquitito es un alma individual que vino acá para hacer su propia experiencia y lograr el conocimiento a su manera de acuerdo a los dictados de su Ser Superior, y se le debe dar toda posible libertad para que se desarrolle sin obstáculos.
El oficio de padre es un servicio divino, y debe ser respetado tanto o quizá más que cualquier otro deber que hayamos sido llamados a cumplir. Como requiere sacrificio, siempre se debe tener presente que nada debe reclamársele al niño a cambio, ya que el único objeto es dar, y sólo dar, buen amor, protección y guía hasta que el alma se encargue de la jóven personalidad. Desde el principio se debe enseñar la independencia, la individual8idad y la libertad, y alentar al niño lo más temprano posible para que piense y actúe por sí mismo. Todo control parental debe irse abandonando paso a paso a medida que la capacidad de autoconducción se desarrolle, y más adelante ninguna restricción o falsa idea del deber deben asediar los dictados del alma infantil.
Recuérdese que el niño de quien somos guardianes temporarios puede ser un alma mucho más vieja que la nuestra y ser espiritualmente superior, de modo que el control y la protección deben limitarse a las necesidades de la jóven personalidad.
Los padres deben cuidarse mucho de querer moldear la joven personalidad de acuerdo a sus propias ideas y anhelos, y tienen que refrenar cualquier control o requerimiento indebido de favores a cambio de su deber y del divino privilegio de haber sido el medio para que un alma pudiera contactarse con el mundo. Cualquier deseo de controlar o de formar a la joven vida por razones p3ersonales es una forma terrible de ambición y nunca debe tolerarse, porque si ésto se arraiga en el padre o la madre joven, en los años siguientes los llevará a conducirse como verdaderos vampiros. Desde el principio debe controlar hasta el más mínimo deseo de dominar. Debemos negarnos a ser esclavos de la ambición, que nos urge a poseer a otros. Debemos estimular en nosotros el arte de dar, y desarrollar ésto hasta que haya limpiado, mediante su sacrificio, toda huella de acción adversa.
El maestro debe tener siempre presente que su oficio es meramente el de guiar a los jóvenes brindándoles la oportunidad de aprender las cosas del mundo y de la vida, de modo que todo niño pueda absorber el conocimiento a su manera y, siendo libre, elija instintivamente lo que es necesario para el éxito de su vida. Sólo se le debe dar al estudiante el más afectuoso cuidado y orientación a fin de que alcance el conocimiento que necesita.
Los niños deben recordasr que el oficio de la paternidad, símbolo del poder creativo, es divino en su misión, pero no implica ninguna restricción al desarrollo ni tampoco algún compromiso que pueda trabar la vida y las obras que les dicta su propia alma. Es imposible estimar cuánto callado sufrimiento, cuántas naturalezas malogradas y cuántos caracteres dominantes se han desarrollado por la falta de comprensión de este hecho en nuestra civilización actual. En casi todos los hogares, padres e hijos se fabrican cárceles en las que se encierran por motivos totalmente falsos y con una concepción errónea de la relación entre padre e hijo. Estas cárceles traban la libertad, malogran la vida, impiden el desarrollo natural y traen desdicha a todos los que están implicados, y los desórdenes mentales, nerviosos y hasta físicos que afligen a todas las personas forman una proporción verdaderamente considerable de las enfermedades de nuestro tiempo.
Nunca se insiste demasiado en que cada alma encarnada está en este mundo con el propósito determinado de ganar experiencia y conocimiento, y de perfeccionar su personalidad hacia aquellos ideales marcados por el alma. Cualquiera sea la relación que hay entre dos personas, sean marido y mujer, padre e hijo, hermano y hermana o maestro y discípulo, pecamos con nuestro Creador y con nuestro prójimo si por motivos de voluntad personal trabamos la evolución de otra alma. Nuestro único deber es obedecer los dictados de nuestra propia conciencia, y esta conducta nunca, ni por un instante, tolerará la dominación de otra personalidad. Que cada uno recuerde que su alma ha establecido para él una tarea particular, y sólo si cumple esta tarea, aunque tal vez lo haga inconscientemente, podrá evitar que surja un conflicto entre el alma y su personalidad, que necesariamente se expresa en forma de desórdenes físicos.
Es verdad que la vocación de un individuo puede ser la de dedicar su vida a otra persona, pero antes de hacerlo debe estar absolutamente seguro de que se trata de una orden de su alma, y no de la sugerencia de alguna personalidad dominante que lo convence o de falsas ideas de deber que lo están conduciendo erróneamente. Deberá recordar también que venimos a este mundo a ganar batallas, a ganar fortaleza contra aquellos que nos quieren controlar y a alcanzar a ese nivel en el que pasamos por la vida cumpliendo silenciosa y tranquilamente con nuestro deber, sin vernos limitados o influidos por ningún ser viviente, orientados siempre por la voz de nuestro Ser Superior. Para la mayoría, la gran batalla se librará en su propio hogar, donde antes de ganar la libertad de luchar y vencer en el mundo deberán liberarse de la dominación y el control adversos de algún familiar muy cercano.
Cualquier individuo, sea niño o adulto, parte de cuya tarea en esta vida sea liberarse del control dominante de otro, debería recordar lo siguiente: en primer lugar, que debe considerar a su posible opresor del mismo modo que consideramos a un oponente en el deporte, como una personalidad junto a la cual estamos jugando el juego de la Vida, sin el más mínimo rastro de amargura, y que si no fuera por tales oponentes, no tendríamos oportunidad de desarrollar nuestro propio valor e individualidad; en segundo lugar, que las verdaderas victorias de la vida vienen de la mano del amor y de la gentileza, y que en una competencia como ésta no debe usarse ninguna clase de fuerza, que si crece en su propia naturaleza, profesando simpatía, bondad y, si es posible, afecto -o aún mejor, amor - hacia el oponente, quizá pueda desarrollarse de modo que en algún tiempo siga con calma y tranquilidad el llamado de su conciencia sin permitir la más mínima interferencia.
Aquellos que son dominantes necesitan mucha ayuda y orientación para poder entender la gran verdad universal de la unidad y comprender la alegría de la fraternidad. Perderse tales cosas es perder la alegría de la vida, y debemos ayudar a esas personas en la medida de nuestras posibilidades. Si somos débiles les permitimos extender su influencia y ésto no los ayudará de ninguna manera. El rechazo amable de su control y el intento de que comprendan el placere de dar les ayudará a lo largo de la escalada.
La conquista de nuestra libertad, la victoria de nuestra individualidad e independencia, exigirá mucho coraje y fe, en la mayoría de los casos. Pero en las horas más oscuras, y cuando el éxito parezca poco menos que imposible, recordemos que las criaturas de el Creador nunca deben temer, que nuestras almas sólo nos encargan las tareas que somos capaces de cumplir y que con nuestro propio valor y con fe en la divinidad que llevamos dentro, la victoria llegará a todo aquel que siga luchando.

Año 1931.

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